LA ESTIMA VARADA

Los niños corrían calle arriba al grito de "¡se muere la estima!, ¡se muere!". Era cierto. Estaba tirada, boqueando, entre estertores, en una acera salpicada de espuma...el asfalto rompía contra el bordillo. Son los agostos con viento rebelde. En unas horas miles de voluntarios se empeñaron en la salvación de la estima varada . Mantas húmedas, guitarritas, monos de colores, también algún mandril, hules de flores, tiendas de campaña, el comercio injusto, bailes y lonas. La carretera era un campamento de refugiados activos. Algunos tuvieron que montar la canadiense azul, de refajo naranja, en el parque. Los mejillones rechinaban al dejar la lata. Era difícil salvar los berberechos, imposible con limón.
Fueron días de fotos, de agonía y arcoíris a ras de suelo. La estima murió. Arropada pero muerta. La marea se disipó entre el vapor de unos días lentos.
Hoy el esqueleto de la estima se exhibe en una urna gigante bajo una cúpula decimonónica. Los niños pasean alrededor ojipláticos, los jubilados reincidentes sonríen, los científicos piden paso, las colas borran las aceras y un violoncello susurra una vez al año....todos los años. Todos han visto esa osamenta reconstruída. Todos menos tú. A veces corres al pasar por el gran portón verde con clavos. Otras miras la oscuridad palaciega del vestíbulo.
Han publicado varios volúmenes con las motivaciones razonadas de aquella muerte sobre los grises. Hay semanas en las que decenas de charlatanes se arremolinan en las tribunas. Todos dicen saber y solo sabes tú. Nadie te conoce, no tes has presentado , simplemente estás, pero te has ido sin entrar. Nadie te pedirá explicaciones....salvo tu culpa.

Mañana ya nadie reclamará una placa en el lugar de los acontecimientos...vil metal. Hoy sin brillo.
Los cuentos de Canterbury de Victoria Verdier para Tapat22